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Unos ojos brillantes observaban a Elise desde las profundidades de la niebla. De hecho llevaban observándola un buen rato, sin perder un sólo detalle de su hermoso rostro y su magnífica figura. Aquellos misteriosos ojos tenían un color muy extraño, como si un atardecer de verano fuera prendido por fuegos rojos y naranjas. La lascivia que desprendían era tan intensa que Elise parecía sentirla recorriendo todo su cuerpo. Cada pocos pasos miraba de reojo hacía atrás, como si buscara un fantasma que la estuviese siguiendo. De alguna forma percibía que alguien la observaba, una sensación que ya había conocido esa misma noche.
Eran casi las tres de la mañana y se encontraba tomando una copa en un concurrido bar en el centro de la ciudad. Estaba sola, era una chica introvertida que gustaba de su propia compañía y de perderse en sus propios pensamientos. Muchas eran las miradas masculinas (e incluso femeninas) que la admiraban pues su belleza era tal que no podía pasar desapercibida. Con el pelo recogido en una coleta y sus gafas tenía toda la pinta de una cerebrito devoralibros, llevaba una chaqueta blanca sencilla, pantalones vaqueros y botas. Pero su rostro era como el de un ángel, su piel suave como la seda y su cuerpo sería la envidia de cualquier diosa.
Entonces se percató de un desconocido que destacaba entre todos los que la observaban. Era increíblemente apuesto, los ojos anaranjados oscuros pero brillantes a la vez le daban un aire mágico. Tenía el pelo castaño y bien peinado, era alto, vestía una gabardina negra que ocultaba un elegante traje.
La muchacha sintió el embriagante poder que despedían aquellos ojos y notaba como si pudiesen desnudar su alma. Se mostraba fascinada y desconfiada al mismo tiempo. Un grupo de gente pasó entonces delante de ella y cuando volvió a tener línea de visión con el sitio donde se encontraba el hombre, este ya no se encontraba allí. Lo buscó por todas partes pero había desaparecido. Un ligero sentimiento de decepción acudió a ella y bajó lentamente la cabeza con expresión contrariada.
De pronto una mano se posó en su hombro con gran delicadeza.
—No debes temerme florecilla...
— ¿Perdón? —dijo ella volviéndose para ver quien le estaba hablando.
—Sé que me temes y me deseas, lo he visto en tu mirada y en tu corazón, pero no te preocupes, no voy a hacerte ningún daño.
La rodeó con pasos lentos y seguros y se sentó con ella en la mesa.
— ¿Nos conocemos? —preguntó ella todavía anonadada.
—Yo sí te conozco. Me tomarás por un loco pero tu mente no tiene secretos para mí —fue la misteriosa respuesta del desconocido.
— ¿Cómo? ¿Acaso me está espiando? ¿Quién es usted? —Elise estaba empezando a ponerse algo nerviosa y a alzar la voz.
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Eran casi las tres de la mañana y se encontraba tomando una copa en un concurrido bar en el centro de la ciudad. Estaba sola, era una chica introvertida que gustaba de su propia compañía y de perderse en sus propios pensamientos. Muchas eran las miradas masculinas (e incluso femeninas) que la admiraban pues su belleza era tal que no podía pasar desapercibida. Con el pelo recogido en una coleta y sus gafas tenía toda la pinta de una cerebrito devoralibros, llevaba una chaqueta blanca sencilla, pantalones vaqueros y botas. Pero su rostro era como el de un ángel, su piel suave como la seda y su cuerpo sería la envidia de cualquier diosa.
Entonces se percató de un desconocido que destacaba entre todos los que la observaban. Era increíblemente apuesto, los ojos anaranjados oscuros pero brillantes a la vez le daban un aire mágico. Tenía el pelo castaño y bien peinado, era alto, vestía una gabardina negra que ocultaba un elegante traje.
La muchacha sintió el embriagante poder que despedían aquellos ojos y notaba como si pudiesen desnudar su alma. Se mostraba fascinada y desconfiada al mismo tiempo. Un grupo de gente pasó entonces delante de ella y cuando volvió a tener línea de visión con el sitio donde se encontraba el hombre, este ya no se encontraba allí. Lo buscó por todas partes pero había desaparecido. Un ligero sentimiento de decepción acudió a ella y bajó lentamente la cabeza con expresión contrariada.
De pronto una mano se posó en su hombro con gran delicadeza.
—No debes temerme florecilla...
— ¿Perdón? —dijo ella volviéndose para ver quien le estaba hablando.
—Sé que me temes y me deseas, lo he visto en tu mirada y en tu corazón, pero no te preocupes, no voy a hacerte ningún daño.
La rodeó con pasos lentos y seguros y se sentó con ella en la mesa.
— ¿Nos conocemos? —preguntó ella todavía anonadada.
—Yo sí te conozco. Me tomarás por un loco pero tu mente no tiene secretos para mí —fue la misteriosa respuesta del desconocido.
— ¿Cómo? ¿Acaso me está espiando? ¿Quién es usted? —Elise estaba empezando a ponerse algo nerviosa y a alzar la voz.
—Te gusta hacer preguntas, ¿verdad querida?— le dijo mientras le acariciaba la mano.— Tranquilízate, mi nombre es Bernard y sólo estoy aquí de paso. Me encuentro solo al igual que tú, así que mi única intención es tener a alguien con quien charlar un poco.
Esas palabras hicieron que Elise se calmara un poco y que sustituyera la desconfianza por el interés.
—De acuerdo señor...
—Bernard, por favor. Llámame Bernard.
—Bernard —se corrigió—. Seguro que eres una persona muy interesante, no lo dudo, pero me encuentro un poco cansada y quiero irme a casa.
—Muy bien, no quisiera que por mi culpa mañana te encontrases mal. Habrá otra ocasión para hablar y conocernos mejor. Mañana volveré por aquí a esta hora, si te parece.
—Gracias por tu comprensión, eres un caballero — le dedicó una tímida sonrisa que él correspondió con otra.
—Hasta mañana pues—. Bernard se levantó y dejó sobre la mesa el dinero que costaba la copa que se estaba tomando Elise.
—No me has dicho tu nombre— le dijo mientras volvía a posar la mano sobre su hombro y acercaba su cara a la de ella.
—E... Elise —tartamudeó la joven nerviosa por la proximidad del seductor Bernard.
—Precioso. Volveremos a vernos Elise, no lo dudes —y con estas palabras desapareció entre el gentío.
Elise se quedó mirando el lugar donde Bernard había estado hacía un momento mientras recordaba cada frase que le había dicho. Su voz era cautivadora y no había manera de sacarla de su cabeza. Tan absorta estaba que no se dio cuenta de que otro hombre se ponía delante de ella, pues creía que Elise le estaba sonriendo. Se disculpó educadamente con él y, tras terminar su copa y ponerse el abrigo, abandonó del bar.
Esas palabras hicieron que Elise se calmara un poco y que sustituyera la desconfianza por el interés.
—De acuerdo señor...
—Bernard, por favor. Llámame Bernard.
—Bernard —se corrigió—. Seguro que eres una persona muy interesante, no lo dudo, pero me encuentro un poco cansada y quiero irme a casa.
—Muy bien, no quisiera que por mi culpa mañana te encontrases mal. Habrá otra ocasión para hablar y conocernos mejor. Mañana volveré por aquí a esta hora, si te parece.
—Gracias por tu comprensión, eres un caballero — le dedicó una tímida sonrisa que él correspondió con otra.
—Hasta mañana pues—. Bernard se levantó y dejó sobre la mesa el dinero que costaba la copa que se estaba tomando Elise.
—No me has dicho tu nombre— le dijo mientras volvía a posar la mano sobre su hombro y acercaba su cara a la de ella.
—E... Elise —tartamudeó la joven nerviosa por la proximidad del seductor Bernard.
—Precioso. Volveremos a vernos Elise, no lo dudes —y con estas palabras desapareció entre el gentío.
Elise se quedó mirando el lugar donde Bernard había estado hacía un momento mientras recordaba cada frase que le había dicho. Su voz era cautivadora y no había manera de sacarla de su cabeza. Tan absorta estaba que no se dio cuenta de que otro hombre se ponía delante de ella, pues creía que Elise le estaba sonriendo. Se disculpó educadamente con él y, tras terminar su copa y ponerse el abrigo, abandonó del bar.