lunes, 15 de agosto de 2016

"IMAGINACIONES", un microrelato de terror con el que (no) irse a dormir...



Miedo. Otra película de miedo. Como cualquier niña de ocho años, Miranda no podía soportar ese tipo de películas. A parte de lo desagradable que resultaban, llenaban su mente de un horror indescriptible y hacían que todo tipo de pensamientos aterradores emergieran de los rincones más oscuros de su imaginación. Desgraciadamente, a su padre le encantaba verlas todas las noches mientras se emborrachaba a la vez que consumía todo tipo de drogas. Eso hacía que, poco a poco, el hombre se evadiera cada vez más y más de la realidad hasta bordear los abismos de la locura. Y lo que era peor, la gran maldad y la vileza que habitaban en su negro corazón aumentaban hasta cotas insospechadas.

Dormir por las noches era una verdadera tortura para Miranda. Encerrada por su despiadado padre en su pequeña habitación, se enterraba bajo las sábanas de su cama y se tapaba los oídos para intentar no escuchar nada de aquellas horribles películas, pero era muy difícil debido al elevado volumen al que siempre estaban puestas. Conforme avanzaba la noche, una vez que su padre se quedaba dormido vencido por el alcohol y los narcóticos y finalizaba la sesión de cine, otra pesadilla comenzaba para Miranda. La que le brindaba su trastocada imaginación, que convertía su cuarto en un lugar donde horrendos fantasmas acechaban en cada oscuro rincón y donde seres monstruosos habitaban bajo su cama esperando a que se durmiera para salir y devorarla. Sus juguetes, sus muñecas, sus dibujos... tenía la sensación de que todo parecía observarla con malignas intenciones. Todo parecía que le hablaba con amenazadores susurros que se perdían en la oscuridad. 

Y ya hacía unas cuantas noches que hasta había creído distinguir unas palabras flotando entre esos imaginarios susurros.

«Puedo verte, puedo sentirte, te acompaño en tus desconsolados sueños y un día te llevaré conmigo».

     —¡Eso son imaginaciones niña estúpida! Desde que la zorra de tu madre se largó no dejas de lloriquear y de inventarte cosas ¡Estoy harto de ti! —le gritaba su padre cada vez que le contaba sus temores por la mañana. Por supuesto, cualquier sugerencia de que dejara de ver películas de miedo era acompañada de una rotunda negativa y, en caso de insistir, de alguna sonora bofetada.

¿Acaso era real? ¿Provenía esa frase de alguna parte? No. Era imposible. Sin duda las películas de miedo la estaban trastornando. Eran todo imaginaciones, seguro.

Pero cada noche, en el silencio sepulcral de su habitación, volvía a escucharla. Una y otra vez. «Puedo verte, puedo sentirte, te acompaño en tus desconsolados sueños y un día te llevaré conmigo». Y cada vez que la escuchaba no podía evitar pensar en lo que oía en las películas de terror, sobre todo en las escenas de niños solos en sus habitaciones que eran atacados o secuestrados por todo tipo de horrores. Llegó a convencerse de que algo se ocultaba en su habitación y que planeaba llevársela para hacer con ella quien sabe que terroríficas cosas una vez que se cansara de asustarla por las noches. Entre llantos y muecas de desasosiego se abrazaba a su osito en un vano intento de aliviar el insoportable miedo que sentía. Pero no podía dejar de oír esa frase que se repetía constantemente en su cabeza incluso cuando el sueño y el cansancio lograban hacerla dormir. Se abrazaba y se abrazaba a su osito, su osito de ojos negros como la noche. El único consuelo que tenía.

Hasta que una noche, con los ojos desencajados por el horror y mordiéndose el puño hasta dejarlo morado, lo vio. Allí estaba, siempre había estado allí, con ella.

Pasos. De repente se oyeron unos pasos que hacían crujir siniestramente la escalera que llevaba directa a su cuarto. No eran imaginaciones. En la oscuridad se adivinaban dos grandes ojos inyectados en sangre y una boca sonriente que chorreaba baba. Un ser maligno y repugnante subía lentamente hacia la habitación de Miranda con un macabro propósito para el que no había castigo ni en el peor de los infiernos. Avanzaba en silencio como una sombra con sus ojos rojos fijos en la puerta de la habitación. Su respiración era cada vez más y más intensa, parecía un volcán a punto de entrar en erupción. Las ansías de matar que tenía eran tan grandes que el corazón estaba a punto de estallarle. Llegó por fin hasta la puerta... y escuchó una voz que venía de detrás de ella, una voz que no era de una niña, ni tan siquiera humana.

     —Es la hora, debemos irnos antes de que sea tardefue lo que dijo la voz.

No le hacía ninguna falta la llave. El padre de Miranda derribó la puerta con toda la fuerza que le daba su alterado estado y entró en el cuarto gritando como un animal enloquecido y con un cuchillo enorme en la mano. Escudriñó toda la estancia con sus ojos empapados en sangre pero allí no había nadie. Profiriendo alaridos y completamente fuera de si destrozó todos los muebles y acuchilló los juguetes y los dibujos de la pared.

     —¿Dónde estás maldita? ¿Dónde te escondes? Estoy harto de ti y de tu dulce inocencia, quiero acabar con ella, quiero acabar con todo lo bueno de esta mierda de mundogritaba entre desquiciadas carcajadas. Él era quien en verdad había acabado totalmente desequilibrado tras incontables noches de drogas y películas de miedo. Se había convertido en aquello que veía en ellas. No puedes haber desaparecido. Te encontraré, y cuando lo haga te rajaré de arriba a abajo para sacarte las tripas. Te arrancaré tus sucias entrañas ¡Así!

En pleno delirio homicida se hundió el cuchillo hasta el mango en la garganta y cayó al suelo entre brutales convulsiones. La sangre manaba a borbotones y corría por entre los restos de los juguetes destrozados en el suelo, hasta que por fin se llevó la vida de aquel demente que nunca más podría hacer daño a nadie.

Pero hasta que no llegó su final no dejo de mover los ojos intentando encontrar a Miranda. Y nunca la encontraría. Había escapado a tiempo de sus garras esfumándose como por arte de magia. Ella... y su osito de peluche, su osito de ojos negros como la noche. El ángel que velaba siempre por ella.

Autor: Tulkas Hammer Pain

lunes, 28 de marzo de 2016

"UN SUEÑO DE NOCHE ETERNA", un sombrío poema enviado por un vampiro desde un futuro quizá no tan lejano...


Para ellos solo era una leyenda
Jamás nadie supo lo que yo era
El más frío y letal asesino
que sobre la tierra haya existido
Todo aquel que se cruzó en mi camino
fatalmente selló su destino

Las sombras siempre han sido mi hogar
el único refugio seguro
Un inmenso y siniestro vacío
al que la luz no puede llegar

Me siento como un niño pequeño
un amante con puro deseo
cuando siento su abrazo sombrío
y comparto su eterno silencio

Un mortal no lo puede apreciar
su mente es un laberinto tortuoso
capaz del acto más generoso
y la más vil atrocidad
Siempre perdido en una batalla interior
entre el odio y el amor
Pues en la vida del ser humano
ambos caminan juntos de la mano

Pero al fin esa batalla cesó
y fue el odio el que triunfó
pronto la guerra y el terror se extendieron
amigos y enemigos entre si combatieron
dejando una estela de muerte y de fuego
Horrores nucleares cruzaban el cielo
Los niños lloraban en brazos de sus madres
mientras sus casas volaban por los aires

La humanidad entera ardía
El humo se elevaba hasta el infinito
y mientras yo me reía
el sol se convertía en un mito

Así la noche alcanzó la inmortalidad
Así al día devoró sin piedad
Todo quedó cubierto por la oscuridad
Mi hermoso sueño hecho realidad

¿Este es el precio que he de pagar?
¿Es esto cuanto me queda?
Nubes tóxicas y aire venenoso
Polvo y carroña allá donde voy
Un frío que ya no puedo sentir
desde que mi corazón dejó de latir
pero es otro frío el que me atormenta
uno que ya no se puede combatir
aquel que la soledad te hace sentir

Soledad
Nadie sabe lo que es
Nadie puede comprenderla
Solo aquel que ve pasar los siglos
como fantasmas en las tinieblas

Ahora nadie queda para temerme
no hay ya quien me pueda amar
los humanos se han extinguido
entre el oscuro humo se esfumaron
y su preciosa sangre se llevaron

A menudo cierro los ojos
y recuerdo...

Recuerdo aquel aroma embriagador
que mi mente de gozo cubría
En mi boca parece que noto el sabor
de aquella dulce y roja ambrosía

Envuelto en sucios harapos
como un mendigo andrajoso
El que antaño fuera un noble orgulloso
Príncipe del averno más tenebroso
se arrastra ahora hambriento y fatigado
Su terrible poder ha quedado olvidado

Solo mis ojos conservan
el recuerdo de mi grandeza
de mi incomparable belleza
Brillan solemnes en la negrura
mi melancólico rostro iluminando
como perlas envueltas en fuego blanco
Y bajo un cielo demacrado
despojado de todas sus luces
mis ojos son las únicas estrellas
que a este planeta dan lumbre

Vivo en una muerte errante
Muerto en una vida agonizante
Un inmortal en su inmortalidad atrapado
en una prisión sin barrotes ni candados

Con vana esperanza
prosigo mi cruel andanza
Navegando a la deriva
por un océano de ceniza
buscando ese néctar desaparecido
en la noche eterna perdido
A través de los páramos desolados
de negras praderas y bosques quemados
A través de ciudades arrasadas
llenas de huesos y casas calcinadas

Un mundo roto del que soy dueño
Triste escenario de un loco sueño


Autor: Tulkas Hammer Pain